En el margen literario

Un proyecto de escritura y de docencia.

Todo nuevo comienzo implica que ya se es viejo

Deja un comentario

«Otro generador de vejez es el hábito: el mortífero proceso de hacer lo mismo de la misma manera a la misma hora día tras día, primero por negligencia, luego por inclinación, y al final por inercia o cobardía.» Edith Wharton.

Rescato aquí la que fue la primera entrada de un blog que inicié en junio de 2020:

Inauguro este blog desde el viejo escritorio de mi casa, no sé muy bien por qué. Supongo que para escribir algo, por salir de vez en cuando de la rutina: a rachas de opositor, otras de doctorando o incluso de profesor; resulta curioso echar la vista atrás y ver cómo nos embarcamos en un sinfín de proyectos en los que vamos dejando algo de nosotros en cada uno de ellos, fragmentando nuestra identidad hasta componer un deforme lienzo. La línea de la vida avanza y arrasa con todo, solapamos una tarea con otra, seguimos adelante sin saber cómo, improvisamos una y otra vez y no tenemos tiempo para pararnos a pensar tan siquiera cómo hemos llegado hasta ese punto, pero ahí vamos: poniendo unas actividades en pausa, retomando otras, comenzando estas, finalizando aquellas… estamos constantemente en movimiento, naufragando, dispersando nuestra identidad como pecios a la deriva, sabiendo que todo aquello que hacemos nunca va a volver y convirtiéndonos en algo cada vez más disperso y desconfigurado. ¿Opositor, doctorando, docente?, ¿cuándo me ha ocurrido todo esto? Y lo peor de todo: no me queda más remedio que seguir y convertirme de forma impostada en algunas de esas cosas, estrafalarias máscaras de mi verdadero rostro: el de un holgazán. Afortunadamente solo son eso: rachas.



Tanto tiempo lleva ya uno devorando libros, manuales, temas, artículos, estudios, reseñas, tesis, resúmenes… textos, simplemente textos —words, only words— que, al final, tras tanto empacho, uno tiene que expeler de algún modo. El caso es que, ahora que lo pienso, todos estos proyectos los he llevado acabo desde mi viejo escritorio. Nunca había reparado en ello. Y mira que es raro, con lo rápido que va todo en estos tiempos en los que todo es de usar y tirar. Todo ha cambiado en mi vida,  idas y venidas constantes de aquí para allá, gente entrando y saliendo por numerosas puertas: Sevilla, Cáceres, Madrid… Mismamente esta ventana por la que ahora miro y de la que forman parte esta mosquitera mal colocada y estos geranios y por la que si me incorporo observo el huertecillo con el que tanto esmero cultiva mi padre, cada día más viejo. Todo ha cambiado, todo, pero no mi viejo escritorio.



 Inauguro este blog como tantos otros proyectos similares que siempre he acabado abandonando. «Quizá este sea el bueno», me digo siempre. Pero claro, uno no es tonto y ya, cuando es el vigésimo tercer proyecto que trunca, se va dando cuenta de que es posible que este tampoco salga a flote. Es pensar esto y oír desde el fondo del trastero: «No lo será. Nunca…». «Aunque quizá esta sí lo sea», irrumpe otra voz alentadora, casi sin dejar terminar a la otra y con un tono más elevado, tratando de imponerse — en vano. Porque vuelvo a fracasar. Cada vez fracaso mejor en el verdadero sentido beckettiano.



Mi escritorio siempre ha sido viejo. Tiene numerosos garabatos hechos con la aguja de acero de un compás: nombres de novias de mi infancia con corazones, grafitis, infructuosas quemaduras de cerillas, clavos y tornillos aflojados… Cuando yo nací ya estaba en mi habitación, lo heredé de mi hermano. Cuando era pequeño sus dimensiones me venían grandes. Ahora me resulta demasiado estrecho, mis rodillas golpean con los libros de las baldas que hay su interior; apenas caben el portátil y un cuaderno. Quién le iba a decir este escritorio que tanto ha albergado —¿qué libros serían los primeros que sostuvo? No lo sé. En cambio si sé qué clase de drogas se han guardado en estos cajones— que me iba a ver aquí, desde que comencé a aprender a leer hasta ahora, todo un ciclo lleno de curvas vertiginosas e inauditas. Ahora que lo pienso, estoy seguro de que mi viejo escritorio es mi mejor confidente… ha sido una constante, siempre ha estado ahí, mudo, presenciando toda mi vida que ahora veo pasar a gran velocidad y con fogonazos, algunos de los cuales me abochornan.



Tengo que configurar este blog y no sé qué apariencia darle. No sé cómo titularlo, no sé qué imagen poner de fondo, no sé qué dirección web otorgarle. Bueno, quizá deba retrotraerme a cuestiones más elementales: ¿Está desfasado escribir en blogger? O, aún más: ¿cómo coño he llegado hasta aquí? Acciono la palanca de mi silla, me molestan las rodillas golpeando contra el bajo del cajón por arriba, y contra el lomo de los libros que sostienen las baldas.



Sinceramente, no sé cuáles son mis pretensiones, la verdad. ¿Qué intenciones puede tener uno cuando escribe un blog? Se escriben blogs para hacer reseñas sobre obras, para escribir un diario, para dar su opinión sobre ciertos asuntos… no sé, temas que resultan escabrosos e inútiles para mí. Me veo incapaz de realizar cualquiera de esas labores. No creo que sirva para nada de eso. Yo solo sé divagar; si acaso, como dice Sándor Márai, responder con mi vida entera a las preguntas más importantes. Dime tú para qué sirve eso… en fin, qué más da.



Quizá vuelva por aquí. «O no», creo oír al fondo del trastero, pero no, es mi padre, que ya va a regar el huerto. Iré a echarle una mano. Ocurra lo que ocurra, seguro que lo haré desde este castillo que es mi viejo escritorio.

Avatar de Desconocido

Autor: (Literatura) en el margen

Escritor. Profesor. Doctor.

Deja un comentario