Sabía a soledad, pero también a paz. Aún guardaba una copia de las llaves y escaparse para volver a casa no era difícil. A las 9:28 a.m. se abría la verja para que entrara el camión con la colada limpia. Entró por la puerta: no se escuchaban gritos ni discusiones por la herencia, ni voces por el pasillo, ni enfermeras que la trataran como a una muñeca de trapo. Regó las plantas, se sirvió una copa de anís y se sentó a leer sin las gafas. Nadie la interrumpió. Traspuesta, acarició al gato. Aún no se lo habían llevado. En la mesa, la copia de los papeles de la residencia recién firmada. Se los llevó la brisa cuando cerró la puerta con llave por última vez.
#Microrrelato






