
Su esposa y su hermano ni la probarían. Preparó unos grandes filetes, patatas al horno y la lasaña como a Lucas le gustaba: con tres capas, bechamel casera y la hoja de laurel que siempre apartaba. Guardó el vino, hacía ocho meses que no bebía.
Serían las primeras Navidades sin Luquita, pero eso no era motivo suficiente para que cenaran todos juntos, porque comer era una de las pequeñas buenas cosas que quedaban.
A la mañana siguiente, sobre la mesa, el convite intacto y la lasaña fría y rígida. Por el suelo, varias botellas de vino vacías junto con la culpabilidad de aquel trágico accidente.
#Microrrelato
