
El poema que él nunca terminó lo dejó a medias el último día del año. Se propuso dejar de fumar, apuntarse al gimnasio y dejar de beber. Nunca lo volví a ver. Supongo que la sobriedad lo mató. Siempre decía que la inspiración olía a tabaco y a vino barato, y que los poemas buenos solo se escriben con resaca. A veces pienso que, si hubiera seguido bebiendo, al menos habría terminado el maldito verso. En cambio, eligió salvarse. Y ya se sabe: nadie escribe nada decente después de salvarse.
#Microrrelato
