
«Un profesor puede utilizar el mejor currículo y las escuelas, los mejores métodos de enseñanza, pero si las aulas son caóticas, los alumnos no aprenderán. La presencia de un compañero con mal comportamiento provoca que otros alumnos se comporten mal, diluye la instrucción y reduce el rendimiento de otros estudiantes.» O eso dice la aei.org. La afirmación no es pedagógica: es estructural. El estudio recuerda algo incómodo de asumir en el discurso educativo contemporáneo: el aprendizaje no empieza en el currículo, sino en el clima. Da igual la calidad del método o del profesor si el aula se convierte en un espacio imprevisible. El desorden no solo interrumpe: contagia, redistribuye la atención hacia lo improductivo y erosiona el tiempo común.
Lo relevante no es señalar al alumno disruptivo como causa moral, sino constatar un hecho empírico: el comportamiento tiene efecto sistémico. Cuando el aula pierde estabilidad, la instrucción se diluye y el rendimiento colectivo cae. La reflexión de fondo es clara: sin condiciones mínimas de orden, toda innovación didáctica es retórica. El aula no es un laboratorio ideal; es un ecosistema frágil.
