
Escribir es igual de duro y solitario en España que en Japón, y la prueba de ello la podemos obtener tras la lectura de «De qué hablo cuando hablo de escribir», del aclamado Murakami.
Para escribir tan solo hace falta un papel, un lápiz, mucho tesón y haber leído mucho (pero que mucho). Si uno lo piensa, puede que no sea mucho. La del escritor, en ese sentido, puede que sea una de los oficios más democráticos. O esa es la conclusión que uno saca tras leer esta obra.
Murakami, en un esfuerzo deliberado por crear prosa clara, trata de desentrañar todos los misterios de este oficio, al menos desde su óptica y experiencia. Trata de advertirnos, sobre todo, de que en realidad no hay ningún misterio. Él trabajaba en un bar, nunca fue un alumno sobresaliente y lo único que hizo fue obedecer un impulso interno.
Que no tenga ningún misterio no quiere decir que sea fácil: hay que tener las agallas de sentarse todos los días sin excepción para cumplir con el objetivo que uno se marque, hay que estar dispuesto a soportar y a combatir el desgaste físico que el oficio te exige (del que poca gente te habla), hay que estar dispuesto a estar solo durante una gran parte de la vida y hay que saber tragar (expectativas, opiniones, halagos, descalificaciones y un largo etcétera).
“Escribir novelas responde a una especie de mandato interior que te impulsa a hacerlo. Es pura perseverancia y resistencia, apoyado en un prolongado trabajo en solitario.”
Haruki Murakami
Murakami estructura el libro como una serie de meditaciones breves. En De vocación, novelista deja claro que escribir no nace de una revelación, sino de una decisión íntima que cualquiera puede tomar si está dispuesto a sostenerla. En Acerca de cuándo me convertí en escritor nos recuerda que no fue un alumno brillante, que trabajaba en un bar y que, sin embargo, bastó un impulso interno para ponerse a escribir: un gesto sencillo, pero decisivo.
En Sobre los premios literarios y Sobre la originalidad cuestiona las expectativas externas: ni los galardones ni la obsesión por ser distinto garantizan nada; lo único que cuenta es la constancia en el trabajo. Con Ahora bien, ¿qué escribo? y Que el tiempo se convierta en un aliado vuelve al terreno práctico: escribir requiere paciencia, resistencia física y aceptar que una novela larga se construye a diario, sin atajos.
El capítulo Una infinita vida física e individual es clave: Murakami insiste en la importancia del cuerpo, del cuidado físico, porque sin esa energía la escritura se resiente. Sobre la escuela refleja su independencia: nunca sintió que la institución académica lo formara como escritor, y aun así siguió adelante.
Cuando habla de ¿Qué personajes crear? y ¿Para quién escribo?, vuelve a la raíz: los personajes nacen de observar con atención y escribir es, ante todo, un diálogo honesto con uno mismo y con el lector. Finalmente, en Salir al extranjero. Nuevas fronteras muestra cómo la traducción y la recepción internacional le obligaron a redefinirse, a no quedarse cómodo en un único lugar.
De este repaso queda claro que Murakami no da fórmulas, sino un testimonio: escribir es un oficio que exige tenacidad, cuerpo y humildad. Y ese es, quizá, el mayor aprendizaje para cualquier lector que aspire a escribir: más que técnicas, hace falta una disposición vital.
En definitiva, «De qué hablo cuando hablo de escribir» no ofrece fórmulas secretas ni atajos. Lo que ofrece es algo más valioso: la certeza de que escribir es un trabajo solitario, físico y testarudo, pero también una forma de estar en el mundo. Quizá por eso, al terminarlo, uno entiende que escribir no es solo contar historias, sino aprender a sostenerse en ellas.


