En el margen literario

Un proyecto de escritura y de docencia.


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Notas al margen del aula #2

El otro día leí por ahí en redes una paradoja de un tal Bennett (?) sobre el que nada he podido encontrar salvo la existencia de esta afirmación: uno tan solo puede imaginar en la medida de lo que sabe. Entendemos que es una paradoja porque cuestiona una de las creencias más extendidas sobre la imaginación: que es un territorio libre, ilimitado, casi espontáneo. Si solo podemos imaginar en la medida de lo que sabemos, entonces la imaginación no nace de la nada, sino que es una reordenación —a veces audaz, a veces torpe— de un saber previo. No inventamos mundos: desplazamos los límites del que ya habitamos.

Me encuentro a diario en el aula con chicos a los que les cuesta encender el motor de la imaginación; con frecuencia les pido que inventen historias y no hacen ningún esfuerzo: terminan rápido y ahorran energía con un no sé, no me se ocurre ná. Por vergüenza a pensar en voz alta, pienso unas veces; por solipsismo, pienso otras; por falta de conocimiento, como indica la paradoja, pienso ahora. En cualquier caso, esta idea es de crucial importancia transmitírsela: la imaginación es necesaria en la vida de uno para sortear obstáculos, esquivar piedras, imaginar salidas cuando el camino parece cerrado, ensayar futuros posibles antes de que sean urgentes y no quedarse inmóvil ante la primera dificultad, no como un don caprichoso, sino como una herramienta que se entrena, se alimenta y se amplía en la medida en que uno aprende, observa y se expone al mundo.

Para Spinoza, la forma más profunda de conocer no elimina la imaginación, sino que la usa. Las imágenes que pasan por el cuerpo y la mente no son un estorbo, sino parte del propio conocimiento. Comprender algo de verdad no es pensar en ideas abstractas, sino captar la realidad de manera directa, también a través de lo que sentimos y percibimos con el cuerpo. Desde ahí, Spinoza no entiende el conocimiento como una idea fría o lejana, sino como una imagen cargada de sentido. Conocer bien algo implica también un tipo de afecto: una comprensión que va acompañada de aceptación, de claridad y de una forma de amor intelectual hacia lo que se comprende, esto es, un niño no puede permitirse el lujo de no imaginar.