En el margen literario

Un proyecto de escritura y de docencia.


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Café dominical del 28/12

Es el último domingo del año y quizá sea el que mayor impronta deje en nuestro carácter. Independientemente de cómo nos pille: en una tasca borrachos con amigos, haciendo deporte en discordia con el resto de la humanidad, en familia si el diezmo poblacional no ha llegado aún a tu estirpe, trabajando si eres lumpen o solos, pero tranquilos.

Es el de mayor impronta y el malestar dominical llega: ya sea un instante en medio del gentío u horas en la pulcritud de la soledad, todos estamos obligados a rendir cuentas morales relativas a dónde estamos y cómo. Creo que no me equivoco si digo que a estas alturas, para la mayoría de nosotros, salga a la luz una pérdida, da igual el tipo que sea.

Se me viene Carver a la cabeza; en sus relatos, las reuniones familiares navideñas no reconcilian: tensan. La mesa se convierte en escenario de silencios torpes, alcohol mal digerido y una intimidad forzada que evidencia la grieta. No hay épica, hay resaca emocional. “Catedral” (1983) se sitúa explícitamente en Nochebuena. No es un detalle decorativo: es crucial. El narrador —un hombre hosco, celoso y emocionalmente obtuso— recibe en casa a un ciego, Robert, amigo de su mujer. El personaje del narrador encarna una Navidad concreta: acompañada, sin saber estar, compartiendo espacio, pero no intimidad. Entre lo que socialmente debería ocurrir y lo que ocurre hay un trecho, solo encontramos torpeza emocional.

Solo al final —dibujando juntos una catedral— se produce un gesto mínimo de conexión y no gracias a la Navidad, sino a pesar de ella. La redención, si existe, es privada, casi accidental, nada luminosa. La Navidad no es marco de conciliación, sino un amplificador de lo solos que estamos y de esto estamos obligados a darnos cuenta el último domingo del año.